A esta hora de invierno inclemente sobre Maipú, escribo ebrio de vino.
Como he dicho antes, hace justo un año que me titulé de loco y anoche me visitaron mis compañeros de locura, visita virtual o metafísica por cierto.
Confirmé con esta visita que aun seguimos tan locos como hace un año, algunos hemos progresado y otros deambulan entre la cordura y la locura, pero locos al fin.
El progreso no es más ni menos que aceptar la locura, volverse cada día y cada noche menos cuerdo, más loco.
La locura hay que vivirla, caminarla como cuando se camina Valparaíso, sin cansancio, sin apuro.
Todos estamos, de alguna manera locos. Serán "los tiempos", lo acelerado del paso del tiempo que nos predispone a la locura.
He de constatar aquí y ahora que no se hasta donde llegue mi locura y estos escritos serán parte de la prueba o de la pista que conduzca a entender mi enajenación definitiva y total. He de constatar aquí que tu también estas loca.
Tan loca como cuando bajábamos por General Cruz, o Almirante Montt, tomados de la mano de un día nublado en el puerto, con frío o con calor abrazador como hace calor en el mismo puerto.
Estás tan loca como yo pero se te nota menos.
Tu cordura tiene que ver con tu educación, con tus padres (particularmente tu madre), con tu entorno niña, aplicada, monja y taciturna.
Pero tu locura tiene que ver con tus ideas, con tu alocada compostura.
Estás tan loca que me arrebata la rabia por no estar ahora contigo compartiendo esa llamada insanidad por el público, por el jurado, el mismo jurado que me condena, que me tiene aquí y ahora extrañando tu locura, bajar por General Cruz, por Almirante Montt, caminar por Pedro Montt camino a la Mangiata donde juramos parecernos a los abuelos que tomados de la mano compartían su propia locura.
Estás tan loca como yo pero has querido que se te note menos o que no se te note.
Llegó septiembre, pasé agosto y sigo tan loco como tu.
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